Cuando analizamos las crisis con tomas de rehenes calificadas de
alto y altísimo riesgo, no debemos pensar en esos conflictos críticos como
procedimientos de simple resolución y evolución, sino como incidentes donde
deben aplicarse técnicas complejas.
Aún cuando sepamos cómo montar los procedimientos, qué está
ocurriendo y prever la evolución de los acontecimientos en base a parámetros
más o menos estandarizados; nunca podremos predecir total y certeramente su
desenlace si no hemos aquilatado un adecuado desarrollo del aprendizaje. Esto
es así porque al ser eventos caóticos, donde están en juego una serie de
elementos aleatorios, más la incertidumbre de la conducta humana, lo
impredecible siempre estará presente.
Estos eventos trágicos de alto riesgo, no debemos valorarlos como
incidentes circunstanciales de escasa o extraordinaria ocurrencia y en donde
solamente la capacidad táctica y habilidad del equipo que dirime el asunto, han
sido el desencadenante de sus resultados cuando son favorables; o en cambio
apelar a la fatalidad cuando éstos no han sido prósperos con la ocurrencia de
muertes o lesiones de inocentes. Esta idea resulta demasiado simplista y
peligrosamente prescinde de valorar en su justa medida ese ingrediente que los
hace sumamente amenazadores: El riesgo de vida para las personas.
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